.Sandra Russo Hace tiempo, cuando en el canal América todavía Francisco de Narváez no era el invitado especial de todos los programas periodísticos, dos noches por semana uno se preparaba para ver TVR. Iban pasando las duplas de conductores (¡TVR hasta había conseguido hacer interesante a Fabián Gianola!) y, sin embargo, la impronta del programa se mantenía en la edición y el contenido de sus informes especiales. Uno de los clímax, que provocó escándalo por lo revulsivo, lo ambiguo y lo iconoclasta, fue aquel que hicieron después de la caída de las Torres Gemelas, musicalizado con Sinatra cantando "New York, New York". TVR nació y se ganó su espacio así, de una manera distinta a la del millón de programas que repasan lo que pasó en la televisión. Tenía un plus.
Perdió ese plus. Este año, muchos antiguos seguidores descubrieron por qué lo que les gustaba de TVR fue aquello a lo que el programa renunció para estar en la pantalla del 13. Y aunque la dupla que ahora lo lleva adelante, Sebastián Wainraich y Gabriel Schultz, es la mejor que ha tenido, no se nota. Los chistes son malísimos, posiblemente porque el humor siempre es ruptura y TVR también ha renunciado a la ruptura de los discursos, del pensamiento y de la mirada crítica. Parece que siguen haciendo el mismo programa con el que uno se había encariñado, pero hacen otro. Hacen un programa de Canal 13. En consecuencia, están habilitados para reírse de todo, menos de lo que pasa en el 13 o en alguno de sus incontables medios hermanos.
Uno de los personajes más criticados por el viejo TVR, Marcelo Tinelli, es el ejemplo en contrario. Y un ejemplo de peso, porque Tinelli hizo un pacto con la popularidad, no con un canal, y pasando de Telefé al 9, y del 9 al 13, siguió siendo Tinelli. Cada vez más Tinelli, la marca para la que él trabaja. Esta no es una nota sobre Tinelli, sino sobre TVR, pero la ausencia más flagrante en el universo al que aplica su presunta mirada crítica TVR fue la de Tinelli. Lo perverso es que se entiende: de Tinelli no pueden hablar porque están en el mismo canal, es la explicación que encuentran muchos espectadores, ya alienados ellos también por la distorsión mediática. Quiero decir: va de suyo, es "lógico" que un programa critique a personajes de otros canales, no del propio. El monopolio de medios internalizó algunos dislates en la gente.
Así, en el último programa del año, pasaron los diez personajes elegidos, y el combo puso a TVR entre los peores programas de su género. Cuando se es estúpido se tiene público estúpido, para decirlo sin eufemismos. Otros programas que salieron a reciclar a la televisión son tan estúpidos, que si uno clava el zapping en ellos sabe lo que le espera y está necesitando o lavarse la cabeza o sentirse un intelectual. Pero como TVR era en sus inicios un programa inteligente, el público inteligente que los seguía los fue dejando, se perdió en una diáspora que les confirmaba que el medio es el mensaje y que Canal 13 se había masticado a TVR.
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La última emisión lo confirmó. Refritos de Oggy Junco, de Mirtha Legrand, de Susana Giménez, de Andy Chango, en fin, la nada misma. Este año TVR enfocó sobre todo contra Pergolini, el enemigo que les podía dar estatura. Pero se quedaron sin. Y lo que quedó fue un triste recuerdo de un programa que alguna vez fue bueno, y que al pasar a las ligas mayores se intoxicó. El TVR del 13 es un programa que tendría que empezar por mirarse al espejo antes de hablar de nadie, ni siquiera de Oggy Junco. Ninguno de sus criticados hizo una voltereta en el aire tan visible como ellos. Quedó el molde y quedaron las caras amigables de Wainraich y Schultz. Pero todo lo demás es aquello que critican. Sus propias contradicciones no superadas lo convirtieron en algo peor que un mal programa. Esto es: un programa que intenta arrastrar el prestigio de lo que fue, siendo ya otra cosa, una pavada.