Campo, multimedios, TN, realidad y nosotros
Confidencialidad y tolerancia
.
.
Una reflexión sobre qué entiende Biolcati por “confidencialidad”, y Llambías por “tolerancia”. La muerte de la repregunta.
.
.
Sandra Russo
.
.
Todavía el conflicto entre ellos no había saltado a la luz pública, pero los integrantes de la Mesa de Enlace ya estaban al tanto de que uno de ellos, Biolcati, se había cortado solo. Al día siguiente vendría la incomodidad, que les duró apenas dos días, en este país en el que buena parte del periodismo ha renunciado inexplicablemente a la repregunta. Los grandes medios con ellos no lo practican. Se limitan a ser una burda caja de resonancia de cualquier cosa que digan. Una vez más, un desencuentro entre el Gobierno y el sector de los dueños de la tierra es exhibido con el Gobierno como responsable moral de la “falta de códigos”, y ahora Biolcati, si pecó de algo, es de “caballero ingenuo”. ¡Su mujer se lo dijo! ¿Es cierto, Biolcati, que cuando volvió a su casa su mujer lo retó? A escribir esta pavada se reduce el periodismo en los grandes medios. Ya vuelvo al día anterior al comunicado de la Federación Agraria que habló de la “operación Verbitsky-Biolcati”. Pero después de conocido y leído públicamente ese comunicado, mientras en privado la Mesa de Enlace analizaba cómo volver del bochorno y disfrazar la evidente traición, una ignota vocera de la Federación Agraria “salió a aclarar” que no habían querido decir lo que dijeron. Un cronista de TN fue un vocero más eficaz: “Repetimos, entonces. Se trató de una mala interpretación de una línea del comunicado, y de ninguna manera ése fue el título”, dijo el cronista, listo para integrar los Sucesos Argentinos de las peores épocas.
Ya estamos en una instancia en la que el campo “no es sólo el campo”, como dice Biolcati, es todo. Van por todo, como fueron siempre. Apuesto a que si les quitan las retenciones van a pedir que les levanten el ruedo de los pantalones o que les parquicen las banquinas. Los trabajadores de prensa que aceptan como loros amaestrados que Biolcati después de todo fue un caballero que respetó un código de “confidencialidad” deberían replantearse si les gusta el periodismo. No están trabajando de eso, por si no se dieron cuenta.
Con lo de la “confidencialidad” se tanteó y se pasó. Biolcati dijo que se pretendía llevar adelante conversaciones para alcanzar consensos. En ningún momento los periodistas le preguntaron si esa “confidencialidad” alcanzaba a sus socios de lucha. Los socios de lucha, por su parte, se tragaron el sapo sin respirar, porque ahora que hacen política, como cuando se juntaron, no los une ni el amor ni el espanto, como repite Buzzi, sino sus intereses.
Vuelvo al día anterior a lo que podría haber sido un escándalo y fue manipulado para terminar en escandalete. Si un sector que tiene en vilo al país tiene como representantes y negociadores a cuatro mentirosos, ya no es problema de ese sector, sino de todo el país, si mienten, cuándo y por qué. Eso incluye al periodismo.
Mario Llambías era entrevistado por Fernando Carnota en TN, y tenía mal semblante.
–¿El campo está mejor o peor que el año pasado? –le preguntó Carnota.
–Mucho peor –le contestó Llambías.
–¿Entonces por qué la Mesa de Enlace está más tolerante este año que el año pasado?
La respuesta podía ir hacia muchos lugares que dejaran a Llambías bien parado. La crisis global, los sectores más vulnerables (¡ahora también luchan contra la indigencia!), madurez, en fin. Pero Mario Llambías se crispó con una palabra, “tolerancia”.
–Yo no sé desde qué posición usted me hace esa pregunta. Yo no comparto lo que usted dice –se enojó.
La intención de Carnota no era crisparlo, como se ocupó de aclarar. Se trató de una simple pregunta que no era exactamente la que Llambías esperaba que le hicieran. Pero la palabra “tolerancia” tuvo para el ruralista una clara connotación negativa. Fue casi una acusación.
Los tipos se creen que son el subcomandante Marcos bien vestido, y siguen abogando por una revolución al revés, donde una mayoría estúpida los corone dueños, y los dejen en paz, como hasta ahora, reinando en sus campos y todo lo demás.
.
Ya estamos en una instancia en la que el campo “no es sólo el campo”, como dice Biolcati, es todo. Van por todo, como fueron siempre. Apuesto a que si les quitan las retenciones van a pedir que les levanten el ruedo de los pantalones o que les parquicen las banquinas. Los trabajadores de prensa que aceptan como loros amaestrados que Biolcati después de todo fue un caballero que respetó un código de “confidencialidad” deberían replantearse si les gusta el periodismo. No están trabajando de eso, por si no se dieron cuenta.
Con lo de la “confidencialidad” se tanteó y se pasó. Biolcati dijo que se pretendía llevar adelante conversaciones para alcanzar consensos. En ningún momento los periodistas le preguntaron si esa “confidencialidad” alcanzaba a sus socios de lucha. Los socios de lucha, por su parte, se tragaron el sapo sin respirar, porque ahora que hacen política, como cuando se juntaron, no los une ni el amor ni el espanto, como repite Buzzi, sino sus intereses.
Vuelvo al día anterior a lo que podría haber sido un escándalo y fue manipulado para terminar en escandalete. Si un sector que tiene en vilo al país tiene como representantes y negociadores a cuatro mentirosos, ya no es problema de ese sector, sino de todo el país, si mienten, cuándo y por qué. Eso incluye al periodismo.
Mario Llambías era entrevistado por Fernando Carnota en TN, y tenía mal semblante.
–¿El campo está mejor o peor que el año pasado? –le preguntó Carnota.
–Mucho peor –le contestó Llambías.
–¿Entonces por qué la Mesa de Enlace está más tolerante este año que el año pasado?
La respuesta podía ir hacia muchos lugares que dejaran a Llambías bien parado. La crisis global, los sectores más vulnerables (¡ahora también luchan contra la indigencia!), madurez, en fin. Pero Mario Llambías se crispó con una palabra, “tolerancia”.
–Yo no sé desde qué posición usted me hace esa pregunta. Yo no comparto lo que usted dice –se enojó.
La intención de Carnota no era crisparlo, como se ocupó de aclarar. Se trató de una simple pregunta que no era exactamente la que Llambías esperaba que le hicieran. Pero la palabra “tolerancia” tuvo para el ruralista una clara connotación negativa. Fue casi una acusación.
Los tipos se creen que son el subcomandante Marcos bien vestido, y siguen abogando por una revolución al revés, donde una mayoría estúpida los corone dueños, y los dejen en paz, como hasta ahora, reinando en sus campos y todo lo demás.
.
El Imperio de los Niños
.
Juan Pablo Ringelheim
Juan Pablo Ringelheim
.
Un relato sobre la lectura de noticias internacionales, y los niños en diversas latitudes. Y una reflexión sobre qué entiende Biolcati por “confidencialidad”, y Llambías por “tolerancia”. La muerte de la repregunta.
.1. Leo las noticias. Una niña de siete años lleva una muñeca de trapo. Camina descalza por una calle de tierra en Bagdad. Sus pies podrían caber en la mano de un hombre. Ella sabe de hombres. Han matado a su padre y a sus tres hermanos. Reza una frase del Corán: Se acerca la hora, se hiende la luna. Ha llegado a la puerta del cuartel. Cree en el Jardín que hay del otro lado. Todos creen en él. Se acerca la hora, se hiende la luna. Como el viento descuaja el tronco de una palmera, ella arranca la cabeza de la muñeca. Activa la bomba. En tres segundos todo volará. Y ella también volará. Hasta alcanzar la luna.
Y hoy, desde este lado del mundo, todos pueden ver que en la luna hay un conejo. El maravilloso emperador Walt Disney ha colonizado hace décadas la luna. Ha colgado ahí arriba su conejo para la felicidad de todos nuestros ojos. Y en la magia de la noche es posible escuchar: ¡That’s all folks! ¡That’s all folks!
Aquella niña que ha volado hasta alcanzar la luna y nuestro conejo tendrán mucho que hablar mientras toman un jugo de jengibre. Y ella balanceando sus pies le dirá: ¡Drink, honey bunny...! Ella habrá preparado el jengibre. Estará preparada para este histórico encuentro y habrá puesto la dosis de veneno. Pobre conejo... su cuerpo azul se teñirá de negro agónicamente. Quedará seco. ¡Pero tan pronto volverá alegre y jovial!
2. Leo las noticias. Una compañía de Londres vende hectáreas de la luna a cien dólares. Embajada Lunar S.A. tiene apoyo legal. El tratado de la ONU sobre Espacio Exterior acordado en 1967 establece que las naciones de la Tierra no pueden apropiarse del territorio lunar, pero nada dice sobre empresas o personas. Embajada Lunar es una empresa que aprovecha la oportunidad y vende pedazos de luna a buenas personas.
En la tarde de Texas, Jack ojea el periódico y mira el jardín nevado. Le parece que el invierno cala hondo esta vez. Ahora deja el periódico y teclea en la computadora. En el sitio web de Embajada Lunar todas las cláusulas son amigables. Introduce el número de su tarjeta de crédito y la contraseña: alice. La impresora hace el ticket. Ha comprado una hectárea en la luna.
3. Leo las noticias. Un norteamericano se desploma muerto sobre el teclado después de pasar tres días jugando por Internet en un cibercafé. William Case era adicto al Moonland. En el videojuego tenía que mantener vivo a un hombre virtual en la superficie lunar: había que enseñarle a que se alimente, construya su casa y disfrute del tiempo libre.
Case había regresado de la guerra. Había sido uno de los soldados que en el 2003 recibieron con sorpresa a Bush en Bagdad para celebrar el Día de Acción de Gracias. Había escuchado al presidente saludar a los soldados al aparecer: “¡Estaba buscando un lugar donde comer caliente!”. Y el soldado había reído a mandíbula batiente. Antes de la cena el presidente había dado su discurso: “Vencimos a un dictador despiadado que amenazaba la casa de los americanos. El terrorismo creyó que podía derrotarnos cuando sufrimos el atentado más grande de la historia. Todos recordamos la historia de los tres cerditos y el lobo feroz –dijo Bush, y él se sorprendió–. El lobo derribó con sus soplidos la casa de paja y la de madera. Pero nuestra nación está construida ladrillo por ladrillo con las manos de todos los americanos. Hemos venido a derrotar al lobo en su propia guarida”. Cerrado aplauso.
Ha regresado de la guerra. Lo han condecorado. El presidente terminó su mandato. Sufre pesadillas. El dueño del cibercafé dice que tiene que distraerse un poco. Jugar en Internet me hará matar el tiempo, dice el soldado Case. Mantener un hombre vivo en la superficie lunar, enseñar a que se alimente, construya su casa, disfrute del tiempo libre. Le ha puesto nombre al hombrecito: george w. bush. Y lo ha mantenido vivo hasta desplomarse sobre el teclado.
4. Leo las noticias. En un archipiélago del Océano Artico hay una cápsula acorazada bajo diez metros de tierra. En ella científicos noruegos almacenaron tres millones de semillas de diferentes especies. En caso de guerras nucleares o atentados terroristas masivos la cápsula será un Arca de Noé subterránea que podrá alimentar a nueve mil millones de sobrevivientes.
La Gran Guerra habrá dejado sobrevivientes aquí y allá. Nómadas desarrapados abrigados por viejas lonas o bolsas de supermercado. Andando bajo un cielo ceniciento. Rescatando alimentos entre las ruinas. Poco antes de la Guerra el Imperio habrá previsto la hambruna. Dará la clave de acceso de la cápsula de semillas a una elite eficaz: dirigentes empresariales, científicos, militares. Para que después de la Guerra siembren y rearmen sociedades como las nuestras. Llegarán hasta el archipiélago. Y encontrarán la cápsula abierta. Vacía de semillas. Habrá en su interior restos de miles de palomas. Huesos y plumas entre el hielo. Las que picotearon las semillas... dirán. Las que una vez anunciaron la paz entre Dios y los hombres, recordarán. Sólo huesos y plumas y hielo. No pasará mucho tiempo antes que los miembros de la elite se devoren unos a otros. En un archipiélago. Del Océano Artico.
–Papá... ¿podés ver la luna?
–La veo, hijo.
–Antes me gustaba ver la luna.
–Lo sé.
–Ahora tengo miedo de que caiga sobre nosotros.
–Nunca más caerán cosas sobre nosotros.
–¿Cómo lo sabés?
–Lo sé.
Y hoy, desde este lado del mundo, todos pueden ver que en la luna hay un conejo. El maravilloso emperador Walt Disney ha colonizado hace décadas la luna. Ha colgado ahí arriba su conejo para la felicidad de todos nuestros ojos. Y en la magia de la noche es posible escuchar: ¡That’s all folks! ¡That’s all folks!
Aquella niña que ha volado hasta alcanzar la luna y nuestro conejo tendrán mucho que hablar mientras toman un jugo de jengibre. Y ella balanceando sus pies le dirá: ¡Drink, honey bunny...! Ella habrá preparado el jengibre. Estará preparada para este histórico encuentro y habrá puesto la dosis de veneno. Pobre conejo... su cuerpo azul se teñirá de negro agónicamente. Quedará seco. ¡Pero tan pronto volverá alegre y jovial!
2. Leo las noticias. Una compañía de Londres vende hectáreas de la luna a cien dólares. Embajada Lunar S.A. tiene apoyo legal. El tratado de la ONU sobre Espacio Exterior acordado en 1967 establece que las naciones de la Tierra no pueden apropiarse del territorio lunar, pero nada dice sobre empresas o personas. Embajada Lunar es una empresa que aprovecha la oportunidad y vende pedazos de luna a buenas personas.
En la tarde de Texas, Jack ojea el periódico y mira el jardín nevado. Le parece que el invierno cala hondo esta vez. Ahora deja el periódico y teclea en la computadora. En el sitio web de Embajada Lunar todas las cláusulas son amigables. Introduce el número de su tarjeta de crédito y la contraseña: alice. La impresora hace el ticket. Ha comprado una hectárea en la luna.
3. Leo las noticias. Un norteamericano se desploma muerto sobre el teclado después de pasar tres días jugando por Internet en un cibercafé. William Case era adicto al Moonland. En el videojuego tenía que mantener vivo a un hombre virtual en la superficie lunar: había que enseñarle a que se alimente, construya su casa y disfrute del tiempo libre.
Case había regresado de la guerra. Había sido uno de los soldados que en el 2003 recibieron con sorpresa a Bush en Bagdad para celebrar el Día de Acción de Gracias. Había escuchado al presidente saludar a los soldados al aparecer: “¡Estaba buscando un lugar donde comer caliente!”. Y el soldado había reído a mandíbula batiente. Antes de la cena el presidente había dado su discurso: “Vencimos a un dictador despiadado que amenazaba la casa de los americanos. El terrorismo creyó que podía derrotarnos cuando sufrimos el atentado más grande de la historia. Todos recordamos la historia de los tres cerditos y el lobo feroz –dijo Bush, y él se sorprendió–. El lobo derribó con sus soplidos la casa de paja y la de madera. Pero nuestra nación está construida ladrillo por ladrillo con las manos de todos los americanos. Hemos venido a derrotar al lobo en su propia guarida”. Cerrado aplauso.
Ha regresado de la guerra. Lo han condecorado. El presidente terminó su mandato. Sufre pesadillas. El dueño del cibercafé dice que tiene que distraerse un poco. Jugar en Internet me hará matar el tiempo, dice el soldado Case. Mantener un hombre vivo en la superficie lunar, enseñar a que se alimente, construya su casa, disfrute del tiempo libre. Le ha puesto nombre al hombrecito: george w. bush. Y lo ha mantenido vivo hasta desplomarse sobre el teclado.
4. Leo las noticias. En un archipiélago del Océano Artico hay una cápsula acorazada bajo diez metros de tierra. En ella científicos noruegos almacenaron tres millones de semillas de diferentes especies. En caso de guerras nucleares o atentados terroristas masivos la cápsula será un Arca de Noé subterránea que podrá alimentar a nueve mil millones de sobrevivientes.
La Gran Guerra habrá dejado sobrevivientes aquí y allá. Nómadas desarrapados abrigados por viejas lonas o bolsas de supermercado. Andando bajo un cielo ceniciento. Rescatando alimentos entre las ruinas. Poco antes de la Guerra el Imperio habrá previsto la hambruna. Dará la clave de acceso de la cápsula de semillas a una elite eficaz: dirigentes empresariales, científicos, militares. Para que después de la Guerra siembren y rearmen sociedades como las nuestras. Llegarán hasta el archipiélago. Y encontrarán la cápsula abierta. Vacía de semillas. Habrá en su interior restos de miles de palomas. Huesos y plumas entre el hielo. Las que picotearon las semillas... dirán. Las que una vez anunciaron la paz entre Dios y los hombres, recordarán. Sólo huesos y plumas y hielo. No pasará mucho tiempo antes que los miembros de la elite se devoren unos a otros. En un archipiélago. Del Océano Artico.
–Papá... ¿podés ver la luna?
–La veo, hijo.
–Antes me gustaba ver la luna.
–Lo sé.
–Ahora tengo miedo de que caiga sobre nosotros.
–Nunca más caerán cosas sobre nosotros.
–¿Cómo lo sabés?
–Lo sé.